Esta es una historia muy poco contada, de ritmos y culturas que se fusionaron bailando y compartiendo su riqueza cultural. Aquí se narra la génesis de la música que se canta, cuenta y baila en el Caribe, pero también de los lenguajes que surgieron con ella. Unidos por una esencia capaz de crear los ya universales guaguancó, fandangos, huapangos y peteneras. Y de una subvalorada memoria resiliente de las tres culturas denominado por el historiador mexicano Antonio García de León el «Caribe afroandaluz».
Si, un espacio de confluencia cultural de las tres orillas que se nombran con vértices en Veracruz, La Habana, Santiago de Cuba, San Juan de Puerto Rico, Cartagena de Indias, Sevilla o Cádiz. A ellos debemos sumar los puntos de embarque de la esclavitud negra en las costas africanas, borrada de manera vergonzante de nuestra historia. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, el flujo comercial entre las tres orillas produjo una cultura mestiza con las lenguas, músicas, bailes y ritmos que aportaron las diferentes etnias. Entre estas influencias suele olvidarse la morisco andalusí que llevaron consigo los numerosos migrantes y exiliados a las costas americanas. Fruto de estos encuentros humanos y culturales son los negros curros, guajiros o jarochos, generadores de huellas sonoras como el guaguancó, los fandangos, los huapangos o las peteneras, donde habita la memoria resiliente y común de las tres orillas, custodiada especialmente por las mujeres.
* Antonio Manuel es profesor, escritor, músico y activista.
** Intervención musical de la obra musical “Huapango” de José Pablo Moncayo